domingo, diciembre 05, 2010

Como cada año

Foto: Rafael Urdaneta


El tiempo había hecho lo suyo, las paredes de la casa se derrumbaban por la humedad, la naturaleza reclamó su terreno original y con los brazos de enredaderas desprendió los barrotes de las ventanas, zigzagueó entre los pasamanos, levantó algunas baldosas del piso y perfumó cada rincón de mi antiguo hogar.


Los espejismos del pasado descollaban entre las ruinas como si ni un segundo hubiese pasado, podía ver a mis padres, abuelos, hermanos, sonriendo en tiempos mejores, sumergidos en la felicidad que brinda la ingenuidad de no saber que todo tiene su final, que hasta el período más feliz de la vida es sólo una brisa pasajera y nosotros sólo somos granos de polvo que viajan en ella.


Parado en el umbral de la amplia entrada principal pude sentir en mi nariz el olor de guardado, el moho que amenazaba ese cascarón que una vez llamé hogar y que ahora no era más que un mausoleo. No había nada de calor y, viendo hacia el pasado, creo que nunca lo hubo.


Avancé lentamente y recorrí el pasillo principal, hasta el salón principal donde mi memoria se inunda de ilusiones, de dicha. ¿Cuántas fiestas se celebraron allí? Alegrías y esperanzas. De repente el vacío me ataca, recuerdo esa noche hace tantos años cuando en medio de la boda, cuando se desató el temblor. Todos huyeron menos Vanessa, por eso me regresé, por eso la perdí.


Con dolor en mi corazón seguí caminando hasta el patio de la casa, allí estaba ella, había atado su vida a la mía “Hasta que la muerte nos separe” en una ceremonia que poca felicidad nos trajo y ni aún así me dejó. Como cada año la veo parada frente a mi tumba, colocando flores aunque sabía que no me gustaban, la veo afirmando que es feliz y que nunca me olvida, que me siente vivo cada vez que habla de mi pero que sabe que ambos tuvimos que seguir.


Me sonrío, poso mi mano en su hombro, siento como se estremece, sabe que estoy allí, y como un viento cálido le susurro al oído: -gracias-

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